martes, 26 de octubre de 2010

Turismo culinario

Siempre dije que una de las pocas (muy pocas, poquísimas) cosas en las que de verdad me gustaría trabajar, es de viajero culinario. Si se preguntan que demonios es eso, viene a ser algo así como lo que hacen Anthony Bourdain o Andrew Zimmern en sus programas de televisión. O sea, básicamente se trata de viajar a todo tipo de lugares probando las comidas de cada sitio, sean lo que sean.
Por eso, salvando las distancias, claro, y en una escala bastante mas humilde, me sentí enormemente entusiasmado por la oportunidad de haber podido asistir el sábado pasado al asado realizado por el Sr. Viejex en su coqueta mansión ubicada en la exótica aldea de Tigre, un páramo lejano rodeado de islas, selva y Río de la Plata.
Si bien sabía que el menú en si no era nada muy extraño (bah, mas o menos, a esta altura para algunos capaz que si) ya que alguna que otra vez he comido un asado, lo que hacía por demás atractiva la aventura, mas allá de tener la oportunidad de visitar una aldea lejana y casi primitiva, fue que, además, el evento contaba con una exclusiva lista de invitados conformada nada mas y nada menos que por el plantel completo del famosí… eehh, no… bueno, del reconocidí… no, tampoco, eehhh… del pretigio… menos… bueno, del mas o menos pasable blog conocido como Men In Blog (lo cual ya de por si ofrecía un espectáculo pocas veces visto), con el agregado, a manera de bonus track, de la presencia del Sr. Carugo, futuro Honorable Presidente del Club de Fans del mencionado y carismático grupo (lo de “futuro” es básicamente porque aún no tenemos un Club de Fans pero bueno, somos previsores y por sobre todo muy muy optimistas. Las inscripciones están abiertas. Son diez pesitos. Estamos en promoción).

Fue así que, embargado por la emoción y decidido a no perderme semejante acontecimiento, luego de colocarme todo tipo de vacunas por las dudas, con una gran ansiedad y bastante sueño (porque tuve que levantarme temprano y no se si lo dije pero era sábado), emprendí la larguísima y solitaria travesía que me separaba de mi destino.
Fueron varias horas de viaje (mas o menos como catorce contando el colectivo y el tren, aunque capaz que exagero un poco) luego de las cuales, cerca del mediodía, finalmente arribé a la estación de Tigre (bueno, ellos, los locales, lo llaman “estación”, pero en realidad es como una especie de pasillo hecho con ramas y hojas de palmera secas que da a una construcción bastante precaria con un hall central donde algunos nativos tienen comercios y cosas así).
Allí tuve mi primer momento, digamos, de zozobra cuando, al llegar el tren, un grupo de aldeanos surgió de entre la maleza y comenzó a arrojarle piedras y palos y a hacer ruidos y ademanes como si quisieran espantarlo.
Afortunadamente, de inmediato una voz proveniente de los parlantes del tren, explicó que mantuviéramos la calma ya que esto era habitual en este lugar, debido a que esta pobre gente considera al tren como “el gran caballo demonio gimiente de mil patas que vomita gente pálida” y cada vez que arriba uno a la estación repiten ese ritual con la esperanza de poder, alguna vez, lograr que este “demonio” no regrese nunca mas.

Yo estaba extasiado.

La experiencia comenzaba a ser fantástica ya desde el inicio y no podía esperar a ver que me deparaba el día en este pintoresco lugar.

Cuando finalmente pude bajar (habrán pasado como cinco minutos. Afortunadamente los aldeanos no son muy perseverantes y se cansan rápido) me dirigí rápidamente al “hall central” donde había quedado en encontrarme con el Sr. Viejex, quien gentilmente se había ofrecido a pasarme a buscar.
Esto se debió, fundamentalmente, no solo a que el territorio me era ajeno y extraño y podría ser riesgoso moverme por mi cuenta (sobre todo desarmado) sino que, además, siempre es conveniente contar con el acompañamiento de un local por una cuestión de seguridad (parece que los nativos son bastante desconfiados con los extranjeros. Sobre todo con los vomitados por "el gran demonio").
El Sr. Viejex me recibió vistiendo lo que considero debe ser el atuendo ceremonial típico de la zona (una camiseta de Tigre), y luego de alejar a un par de nativos que se me acercaron para venderme unas artesanías, me condujo hasta su auto (lo cual me dio la pauta de cual era su jerarquía en la aldea, ya que los demás andan a pie, a caballo o como mucho en carritos) para dirigirnos ya directamente hasta su residencia.
A medio camino, como yo necesitaba adquirir una gaseosa y además me moría de ganas por enriquecer mi experiencia interactuando con algún aldeano común (el Sr. Viejex aparentemente es de la realeza o algo así), hicimos una parada en un pequeño almacencito de ramos generales muy pintoresco (quizás el único comercio en kilómetros a la redonda), que era atendido por un no menos pintoresco nativo.
Estando allí, el Sr. Viejex tuvo que retirarse unos momentos para ir a buscar al Sr. Carugo ya que lo había dejado esperando en la puerta de la mansión y no era seguro que estuviera allí solo (y menos estando tan arreglado y perfumadito), pero no sin antes aclararle mediante gestos y gruñidos al despachante que yo era amigo, y que venía a comerciar en son de paz.
De esta manera, y confiando en que el Sr. Viejex no me habría dejado allí solo si hubiera considerado que mi vida corría algún peligro, procedí a solicitar el producto en cuestión.
Sin embargo, como respuesta solo obtuve del comerciante una mirada como de desconcierto.
-Una gaseosa por favor ¿Tiene gaseosa?- volví a decir temiendo que el lenguaje se convirtiera en una barrera.
El almacenero me seguía mirando así como medio inclinando la cabeza como si no entendiera.
-Gaseosa- repetí –Agua… dulce…rica… con gas. Burbujitas- dije intentando hacerme entender.
-Aaahhh- dijo el nativo con una gran sonrisa -Si, si.
Fue y me trajo un sifón de soda.
-No, no. Ga-seo-sa… Ehhh… A ver… Seven Up, Fanta, Coca- insistí ya medio nervioso.
-Aaaahhhhh, si, si- dijo el aldeano con gesto de haber entendido finalmente mi pedido.
Y me puso sobre el mostrador una planta de lechuga.
-No, no. Gaseosa señor. Gaseosa- repetía yo.
Pero el tipo me seguía trayendo latas de arvejas, unas bananas, cien de mortadela, un kiwi, unas flechas, un cráneo reducido y cualquier otra cosa, menos una gaseosa.
Por suerte, en ese momento volvió el Sr.Viejex para agilizar todo el trámite y todo llegó a buen término.

Un instante después, y ya con los víveres necesarios adquiridos, llegábamos a la residencia anciana, cuya magnífica construcción terminó de confirmar mis sospechas acerca del nivel jerárquico que ostenta el Sr. Viejex en la aldea, ya que su vivienda está completamente edificada de material mientras que el resto de las viviendas que pude ver parecen ser de adobe y ramas (incluso también hay alguna gente que vive en casas en los árboles, pero son pocos).
Allí, fiel a su naturaleza, lo primero que hizo el nuestro anfitrión fue encender, con un visible entusiasmo, el fuego que cocinaría nuestro almuerzo.
Fue un espectáculo digno de verse.
Se lo notaba fascinado. Como en trance. Con cada crepitar de la madera y el carbón sus ojos centelleaban. Sus silueta se recortaba entre el humo como un fantasma incendiario que estallaba en felicidad con cada chispa.
Un rato después, luego de quemar tres kilos de madera, dos bolsas de carbón, una silla, cuatro tablones, dos piedras y una carretilla, finalmente logró la cantidad de brasas que buscaba y puso las carnes a la parrilla (carnes que supongo serían de res, aunque en ese ambiente casi salvaje bien podrían haber sido carnes de caza), con lo que el evento ya comenzaba a tomar forma, color, y aroma.

Poco tiempo después, y quizás guiados por el apetitoso olor de las carnes al fuego, comenzaron a llegar el resto de los selectos invitados: el Sr Pablo, el Sr. Bigud, el Sr. F. y el Sr. Bugman, quienes tuvieron que llegar en grupo por razones de seguridad, atentos a lo hostil del territorio (Las flechas clavadas en los autos y marcas de piedrazos son prueba de ello).
Apenas minutos después el grupo se completaba con la llegada de los Sres. Briks y Mariano y el ágape daba comienzo.

Debo decir que fue una reunión verdaderamente fantástica.

La comida estuvo realmente exquisita y, por fortuna, esta vez no hubo que lamentar bajas (aunque se hizo un merecido y respetuoso momento de silencio en memoria de aquel pollo incinerado en la reunión anterior).
El Sr. Viejex sin dudas se lució como anfitrión, encargándose personalmente de cada detalle y ocupándose prácticamente de todo (hay que reconocer que los demás mas que transportar los caballetes y el tablón para armar la mesa y distribuir los platos, mucho no colaboramos pero, bueno, en nuestra defensa debo decir que quizás el tener que estar constantemente vigilando la periferia debido a los sonidos extraños provenientes del selvático ambiente que nos rodeaba nos tenía algo nerviosos) y se merece el mayor de los reconocimientos por el esfuerzo y la dedicación demostrados.
Se comió muy bien, se bebió bien y moderadamente (excepto por dos que se bajaron un tubo de tinto solos) y la comida afortunadamente alcanzó con holgura para todos (aunque esto quizás haya sido debido a que al Sr. F. apenas días atrás le habían extirpado unas muelas y todavía estaba algo sensible para masticar, porque sino creo que tendríamos que haber sacrificado a alguna de las perras del Sr. Viejex y arrojarla a la parrilla para seguir alimentando al joven comensal, pero bueno, se comprende que el muchacho está en pleno crecimiento).
La conversación durante toda la velada tocó las mas variadas temáticas (algunas de tinte nostálgico como el recuerdo de los "Kalkitos", lo cual daba cuenta de lo jovatos que somos), se desarrolló siempre en un ambiente de camaradería por demás agradable y llevadero, y dejó para la historia algunas frases que recordaremos por mucho tiempo como el “¡Salí asqueroso, ya se lo que querés!” del Sr. Pablo o la lapidaria “Esas son las cosas que encontrás en internet a las cuatro de la mañana” del Sr. F..
Mas tarde, luego de la sobremesa y el café, se realizaron algunas tomas fotográficas e incluso filmaciones que quizás alguna vez salgan a la luz, o quizás no (se escuchan ofertas) para documentar el evento, y varios momentos mas que redondearon un reunión sencillamente memorable.

Entrada la tarde, el evento se dio por finalizado debido a unos compromisos ineludibles del Sr. Viejex (creo que tenía que ir a hacer un sacrificio o a bautizar a los jóvenes guerreros de la tribu o algo así. No se) y cada uno se volvió a su lugar de origen con la panza llena y el corazón contento.
En mi caso el Sr. Bigud tuvo la amabilidad de evitarme un nuevo viaje en tren (con la consiguiente necesidad de atravesar nuevamente la “estación” esta vez completamente solo) y me acercó en su poderosa Estrella de la Muerte hasta el centro, dejándome en la distinguida Plaza Once donde apenas tuve que evitar dos intentos de robo, uno de asesinato y uno de violación antes de subir al colectivo que me llevó de regreso a mi hogar.

Y así fue.

Volví algo cansado pero feliz.

Feliz por haber vivido una experiencia única, por haber conocido otras culturas, por haber comido asado y por haber podido regresar sano y salvo.

Pero también, principalmente y mas allá de cualquier broma, feliz por haber compartido una tarde con ocho tipos excepcionales, y por haber tenido la oportunidad de pasar gratísimos momentos, de esos en los que uno no puede menos que agradecer las vueltas que tiene la vida y que lo llevan a encontrarse con la fortuna de poder conocer a tan buena gente.

Eso, de verdad, no tiene precio.

A ustedes, muchachos, gracias.