jueves, 14 de abril de 2011

Cuestión de percepción

Observe esta imagen:



El primer pensamiento que le vino a la mente fue:


A) Es una pareja de enamorados caminando por una calle de Milán.

B) Es un asalto con toma de rehenes.


Puede justificar si quiere.

viernes, 1 de abril de 2011

Las siete plagas

Todo comenzó hará un par de meses, si mal no recuerdo. Si, mas o menos. Estoy casi seguro. Tampoco es que te puedo decir justo el día y la hora, pero por ahí andará. No fue hace mucho.
Fue en esos días, decía, cuando todo comenzó. Cuando sufrimos el primer ataque, la primer señal del apocalippis que se avecinaba.

En mi casa empezaron a verse cucarachas.

Y no cucarachitas. Cu-ca-ra-cha-s. Señoras cucarachas. Importantes. De esas medio coloradas que vuelan. Y que cuando no vuelan, corren. Y que cuando no corren… bueno, caminan. No van a andar en bicicleta. Ya sería el colmo.
Como sea, el punto es que empezaron a verse seguido. O, mejor dicho, mas seguido de lo habitual.
Y por habitual me refiero a que, hasta ese momento, solo podía llegar a aparecerse una a las perdidas, muy de vez en cuando, producto quizás de la fumigación inesperada de alguno de los departamentos vecinos, lo cual ocasionaba que el pobre batracio se viera forzado a huir buscando refugio y que llegara entonces así medio tosiendo y tapándose la boquita con su pañuelito a ocultarse en mi casa, cosa que no hacía mas que agregarle apenas, con suerte, unas míseras horas a su existencia, ya que convivo con alguien que es extremadamente exigente con el tema de la limpieza (y remarco la palabra “extremadamente”. Y “exigente” también. Y “rompepelotas” también. ¿A eso no lo había dicho? Uh…) y que al instante de notar la presencia de la pequeña exiliada, corría a tomar el veneno pertinente para rociarla hasta la muerte.
Sin embargo esta vez, fue distinto.
No nos encontramos con una solitaria cucaracha medio perdida, sino que fueron varias. Y no una vez cada tanto, sino casi a diario, durante varios días.
Esto, obviamente, fue todo un escándalo, y dio lugar a una inmediata lucha sin cuartel encabezada por la Sra. Renegado (yo hubiera ayudado pero es que todavía estaba de vacaciones y me daba fiaca) que, exasperada ante esta oleada invasora, no perdió tiempo en armarse con sendos tarros de veneno y cebos cucarachicidas que esparció casi esquizofrénicamente por todos los rincones de la casa (incluso un día encontré uno debajo de mi almohada), asegurando que es necesario matarlas porque son sucias y sino, además, y cito textualmente sus palabras, “a la noche, mientras dormís, la cucaracha viene y te lame la cara. (Por favor, si alguien tiene información fidedigna respecto de esta afirmación le ruego me la haga llegar).

Pero la cosa no terminó ahí. Ese fue solo el principio.

A tan solo días de esta primer y misteriosa invasión, y aún recibiendo una que otra visita cucarachil cada tanto, empezamos a oír, además, y principalmente en horas de la noche, unos extraños ruidos en la cocina. No en la habitación cocina, sino en la cocina misma. Como si algo hubiera dentro, debajo o detrás del horno.
Por supuesto, la primer hipótesis que surgió fue que eran las cucarachas, lo cual no era especialmente tranquilizador ya que dada la intensidad de los sonidos, de ser causados por una cucaracha, era evidente que esta debía tener aproximadamente el tamaño de un control remoto y evidentemente, encima, parece que estaba enojada, seguramente debido a que quizás se había tomado a mal que liquidáramos a unos cuantos de sus congéneres (aparentemente las cucarachas son un poco sensibles).
Y esos ruidos siguieron con el correr de los días, haciéndose cada vez mas frecuentes y, además, lo que fuera que los estaba produciendo hasta parecía estar ganando terreno ya que también, de vez en cuando, parecían provenir del lavadero y de detrás de la mesada.

Francamente la situación comenzaba a tornarse ya bastante molesta y, debo reconocerlo, un poco inquietante.

Así estaban las cosas cuando un día, estando yo distraído, sumido en mis pensamientos, en una nube de pedos como suelo estar cuando estoy en casa y de vacaciones, voy a entrar a la cocina y, como en un flash, apenas con el rabillo del ojo, alcanzo a divisar algo así como una pequeña sombra que, a gran velocidad, pareció introducirse en un mínimo espacio que queda entre la cocina y la mesada.
Luego de unos segundos de estupor (porque me quedé ahí en la puerta de la cocina un poco paralizado del cagazo que me pegué), lentamente me acerqué al lugar para ver que era lo que había, pero no solo no pude ver nada sino que, como suponía porque algo a mi casa la conozco, ese era un espacio demasiado estrecho como para que algo pudiera meterse allí.

Y ahí mismo, en ese instante, supe lo que pasaba.

Primero los ruidos extraños y ahora “algo” que desaparecía fugazmente por un lugar imposible. Claro. Era obvio.
"¡¡Un duende!!” grité. Y salí corriendo.

Pero resultó que al final no era un duende. Era una rata.
Lo comenzamos a sospechar cuando, además de los consabidos y molestos ruiditos, se empezó a oír como unos chilliditos, tipo “Cuiiiiiiii iiiiiiiii yyiiiii” provenientes de debajo de la cocina, y lo confirmamos rotundamente cuando un día, volviendo del supermercado, entramos al departamento y nos encontramos con el atrevido roedor paseando lo mas choto por el living como pancho por su casa.
Ese día también descubrí que mi mujer tiene el superpoder de correr a la velocidad de la luz. O quizás el de la teletransportación. No se. No podría asegurarlo ya que me fue imposible ver como fue que hizo para pasar de estar parada detrás mío a estar en la habitación, subida a la cama y gritando “¡Subite a una silla! ¡Subite a una silla!”, en un abrir y cerrar de ojos.
Hasta la ratita se paró asombrada con las manitos en la cintura y dijo “¡Faaaaaaaaaa!” cuando la vió desaparecer.

Obviamente, como es de suponer, si lo de las cucarachas había provocado un pequeño escándalo, descubrir que estábamos conviviendo con una rata fue directamente una hecatombe.
De inmediato la Sra. Renegado cayó como poseída por el espíritu de Yiya Murano, y comenzó a aparecerse todos los días con un veneno distinto y a sembrarlos por todos los lugares que aparentemente frecuentaba Ratatuli (si, le puse nombre a la ratita. Es que yo me encariño enseguida) obsesionada con darle muerte.
La persecución duró semanas, pero el primer triunfo fue para la rata que, aparentemente, o era invulnerable o nos estaba tomando el pelo, porque a pesar de haberse comido como medio kilo de veneno, seguía vivita y coleando lo mas campante (Incluso medio que nos gozaba. Un día hasta nos dejó una notita que decía “Gracias por la comida chicos, pero porfi no me llenen tanto el platito que ya estoy hecha una vaca jajajaja. Sigan participando. Besis”).
Finalmente y dado que la situación ya se estaba poniendo bastante insoportable, (y Yiya... digo la Sra. Renegado también), decidimos contratar los servicios de un exterminador profesional, seguros de que con eso se pondría fin al problema.

Pero no.

La rata se cagó de risa de nosotros, del exterminador y de su superveneno infalible, y un poco también de un chiste que le contaron y recordó justo en ese momento.
La derrota fue humillante.

Cuando ya todo parecía ser inútil y prácticamente estábamos por entregarle a Ratatuli las escrituras del departamento y buscando un lugar donde irnos a vivir, un día, encontrándome yo fuera de casa, recibo un inesperado mensaje de texto de mi mujer que decía “Iba a hacer empanadas. Prendí el horno y sentí un chillido. Ahora hay olor a pelo quemado”.
Esa noche cenamos empanadas fritas.
Al otro día nomás llamamos a un gasista para que desarme la cocina, esperando encontrarnos con el dantesco espectáculo del cadáver rostizado de la pobre y combativa ratita pero, para nuestra sorpresa, no encontramos nada.
Lo que si se hallamos fue una capa de mas o menos un milímetro de espesor de veneno para ratas pulverizado (el mismo con el cual la habíamos estado alimentando) en lugares que, según el gasista, suponían un gran peligro ya que por acción del calor podrían emanar vapores muy tóxicos.
“¡¡Esa rata mugrienta nos quiso envenenar!!” exclamó mi mujer indignada, y aparentemente convencida de que estuvimos conviviendo con un roedor mutante que era un genio del mal.

Como sea, la buena noticia es que desde ese día los ruidos cesaron, y Ratatuli, tan misteriosamente como llegó, desapareció.

En ese punto llegamos a creer que ya todo había terminado, que todo había sido simplemente la consecuencia del reciclado de casas viejas en el barrio o cosas así, y que finalmente nuestro hogar volvía a ser ese santuario de pulcritud e higiene que siempre fue…
Pero nos equivocamos.

Muy poco tiempo después comenzamos a encontrar, en distintos sitios de la casa, como unos pequeños gusanos blancos, bastante desagradables, que jamás habíamos visto antes y que no teníamos ni la mas pálida idea de donde cuernos podrían haber salido.

Y ya ahí empezamos a pensar que algo raro estaba pasando.
Unas cucarachas vaya y pase. Una ratita, bueno, ponele que pueda ser. Pero ¿¿Gusanos?? ¡¿Cómo puede ser que tengamos gusanos en la casa?!

Después de eso, encontramos una araña de un tamaño bastante considerable, trepándose lentamente en el sofá.

Y después de eso, sufrimos una invasión de moscas. Unas moscas negras, grandes, como con una rayitas claras en la parte de arriba, que vuelan despacito, y que tampoco sabemos de donde pudieron haber venido ya que tenemos mosquiteros en todas las ventanas y en el departamento jamás tuvimos ni siquiera moscas comunes y corrientes.

O sea, a la luz de los hechos es evidente que algo raro hay. Esto no es normal.
Y lo que mas me preocupa ahora es la incertidumbre de no saber que será lo que puede llegar a venir después.

Van cinco plagas. Teóricamente faltan dos.

Lo único que espero es que ninguna de ellas involucre víboras o serpientes porque ahí si que no se que pasa.
Como comenté alguna vez, no es que yo les tenga miedo a los ofidios, sino que les tengo mucho respeto, y si llega a pasar que un día llego a mi casa y me encuentro con una víbora en el living me puedo llegar a infartar ahí mismo por un ataque de respeto.

Por si acaso voy a estar atento, y mientras tanto voy a ver si me tomo un tiempo para revisar el edificio y, por que no, recorrer un poco el barrio, a ver si encuentro alguna señal de prácticas vudú o de rituales umbanda en las cercanías.

Uno nunca sabe.