viernes, 30 de agosto de 2019

El Becerro de Oro: la historia del mal PASO de un pueblo

Todos, o al menos la gran mayoría, conocemos, escuchamos alguna vez o hemos visto en alguna de esas películas viejas que pasan en Semana Santa, acerca del relato bíblico del Becerro de Oro. 
Lo que quizás muchos no sepan, es el significado y la enseñanza que esa historia encierra desde el punto de vista kabalístico. 
Básicamente, y así a modo de breve sinocpis (Ojo: contiene spoilers) la historia cuenta cómo Moisés sacó a su pueblo que estaba esclavizado en Egipto y se los llevó para el desierto. Anduvieron caminando un rato y pasando alguna que otra visictiud hasta que finalmente llegan al pie del Monte Sinaí donde iban a recibir las Tablas de la Ley. Pero como ahí había que esperar y no había mucho para hacer el pueblo se impacientó y se hizo un Becerro de Oro para adorar. A Dios esto le cayó bastante como el orto, se ofendió y se pudrió el rancho. 

Hasta ahí lo que más o menos se sabe. Ahora vamos con algunos detalles que la historia bíblica oficial generalmente no cuenta. 

De la tierra de Egipto, con Moisés, salieron casi tres millones de personas. La gran mayoría de ellas con muy pocas ganas, medio arrastrando las patas, resoplando y refunfuñando, porque no estaban para nada convencidas con el temita este de tener que abandonar todo lo que conocían para seguir a un tipo AL DESIERTO, únicamente con la promesa de llegar a una supuesta Tierra Prometida donde todos vivirían mejor, serían felices y comerían perdices. Lo cierto es que casi nadie estaba contento y a unos cuantos medio que se los tuvieron que llevar a los tirones. 
Por esta razón, y como era de esperarse, ya desde el día uno muchos empezaron a hinchar los huevos y a quejarse ABSOLUTAMENTE DE TODO con el pobre de Moisés. 
Que acá hace mucho calor, que me canso, que me estoy quemando con el sol, que me entra arena en los ojos, que me duelen los pieses, que el Maná es gratis pero no tiene gusto a nada, ¿Falta mucho? ¿Ya llegamos a la India?. Y así. Todo el día. A cada rato. 
Otra cosa que quizás no se sepa es que Moisés no era, como lo muestran en las películas, un viejo tranquilo y paciente. Era mas bien un tipo bravo y bastante mal llevado, que solía andar con los huevos inflados por tener que lidiar con esa manga de llorones que preferían seguir siendo unos esclavos pusilánimes a ser libres y pasarla mal un tiempo en el desierto para llegar a una vida mejor, y que la mayor parte del tiempo se moría de ganas de gritarles "¡Ma si, arreglensé solos. Yo me las tomo. Re mil bai!", pero no decía nada. Los soportaba y se mantenía firme en su rol de liderar a ese pueblo de gente floja, quejosa y disconforme, porque esa era la misión que se le había encomendado y que él había aceptado llevar a cabo. 

La cuestión es que después de unos meses de una marcha no exenta de contratiempos, finalmente llegan hasta el Monte Sinaí. Ese lugar donde el mismísimo Dios los estaba esperando para, en un sencillo pero muy emotivo acto, hacerles entrega de su Torá (leyes). 
Y esto realmente implicaba muchísimo mas que darles un simple par de tablas grabadas con preceptos. 
Metafísicamente, recibir la Torá significó para ese pueblo (y a través de ellos, si se portaban bien, para TODA la humanidad hasta el fin de los tiempos) conectar con la energía de inmortalidad. O sea, solo por confiar en Moisés, perseverar ante la adversidad, bancarse la incomodidad del viaje y haber logrado llegar hasta ahí, lo recibieron TODO en ese momento y experimentaron en carne propia como un adelanto de lo que sería el mundo luego de la corrección final.

Sin embargo, para que el asunto fuera definitivo, faltaba todavía realizar un último paso y sellar la transacción dejándola por escrito (porque Dios, se sabe, es un tipo muy prolijo y le gusta que todo sea legal).
Por eso, ni bien Dios ve que empieza a arribar la monada, le manda un SMS al celu a Moisés (en esa época no había WhatsApp, obviamente) que decía "Subí así t doy las tablas. T espero. Abrazo". 
Moisés le responde "ok" (no era muy hablador), agarra y le dice a la gente 'Bueno, muchachos, yo ahora tengo que subir y finiquitar los últimos detalles con Dios. Me voy por 40 días y 40 noches y vuelvo. POR FAVOR PÓRTENSE BIEN Y NO HAGAN CAGADAS ¿Dale? Nos olemos a la vuelta. Chau'. Se calza la mochila al hombro y se va (medio resoplando, porque él también había venido caminando desde Egipto y medio que a Dios no le costaba nada esperarlo abajo o mandarle una nUBER voladora, pero bueno, viste como son los jefes de garcas).
La gente le dice 'Si si, dale, andá tranquilo Moi' (porque algunos más confianzudos lo llamaban Moi) y se quedan ahí armando el campamento y acomodando todo.
Así, los primeros días sin Moisés transcurrieron tranquilos. El pueblo hacía fogones, rondas de chistes, campeonatos de Chinchón y Escoba de 15, tomaban mate, cantaban y tocaban la guitarra. 
Sin embargo, a medida que iba pasando el tiempo, algunos se empezaron a aburrir y, como no podía ser de otra manera, arrancaron de nuevo a quejarse y romper las pelotas.

Y acá vale una aclaración para entender el contexto.
De esos casi tres palos de gente que salió de Egipto, solo 600.000 eran israelitas. Y para que no haya confusiones, esto no hace alusión ni a la nación de Israel que hoy todos conocemos (y cuyos habitantes a los sumo serían "israelíes", no israelitas) ni la religión judía, por una razón muy sencilla: en esa época ninguna de las dos cosas existía.
Cada vez que en la Torá se menciona la palabra "israelita" hace referencia al pueblo o congregación de Yisrael. 
La palabra Yisrael viene de Li Rosh, que significa "Soy/Tengo cabeza", y se refiere a todas aquellas almas que buscan (incluso aún hoy) la adhesión con el Creador (o sea, ser uno que crea su vida), mediante el camino espiritual y el control del deseo egoísta.
Todo el resto del contingente eran lo que se conocía como "Erev Rav" o "multitudes mixtas". Y ahí, como su nombre lo indica, había de todo.
Y eran justamente personas pertenecientes a estas multitudes las que siempre estaban disconformes y buscándole el pelo al huevo absolutamente a todo, y las que se la pasaban quejándose, protestando, pidiendo cosas y arengando al resto con que esto no es lo que voté, al final antes como esclavos estábamos mejor, que con mis impuestos no y que Moisés gato.

Los días pasaban y la cosa se iba poniendo cada vez más espesa, al punto que el pobre de Aarón, el hermano de Moisés que se quedó ahí medio como delegado, ya no sabía de que manera hacerle entender a la negrada que había que esperar, que si ya habían llegado hasta ahí con tanto esfuerzo no les costaba nada aguantar un cachito más.
Pero por supuesto, el pueblo no quería saber nada.
Estaban todo santo el día "Moisés tarda mucho", "Seguro nos abandonó", "Es un garca criado por el Faraón y encima es tartamudo", "No va a volver", "Todo lo que prometió es mentira", "Se debe haber muerto allá arriba y nosotros esperando acá al cuete", "Me aburro", "¿Por qué hay que esperar tanto? Esto del gradualismo no sirve", "Vamosnós, si total ya tenemos la inmortalidad", "Acá no hay wifi", "Estamos cansados del Maná. Queremos poder comer asado como antes", "¡FLAAAAN! ¡QUEREMOS FLAAAAAAANNNN!".
Y así es como todo el asunto fue escalando en intensidad hasta que un buen día a la gente, de puro aburrida nomás, no se le ocurrió mejor idea que hacerse un ídolo para adorar.
Porque si la iban a cagar, la iban a cagar bien. Y una de las quejas mas frecuentes era que el Dios de Moisés hacía mucho milagrito y cosita mágica, pero nunca vino a saludar. Nunca lo vimos. Y no importa si nos ayudó a salir de Egipto y llegar hasta acá. Si no lo vemos, SI NO ES COMO NOSOTROS QUEREMOS, no cuenta. Acá importa lo que queremos nosotros, que la tenemos re clara.
Fue entonces que los líderes de los grupos revoltosos, envalentonados porque Moisés no estaba y nadie los frenaba, se cebaron y mandaron a su gente a recolectar todo el oro y la plata que traía el pueblo.
Ahí nomás lo fundieron, se moldearon un bonito y brilloso becerro, lo adornaron, lo pusieron en un altar y a este si, sin ningún tipo de cuestionamientos, empezaron a adorarlo, a decir que era un capo y que la tenía re clara.
Y para festejar el hecho, ya que estaban, organizaron en su honor una partuza que incluía todo tipo de excesos, cumbia, baile, jarra loca, sexo grupal y enanos estrípers.
El resto del pueblo vio esto y como en el fondo muchos estaban cansados de pasarla mal, de las privaciones y de lo difícil del viaje y extrañaba la joda, sin pensarlo demasiado se fueron sumando y también empezaron a adorar al golden becerro.
Porque además el coso estaba ahí. Se veía. Brillaba. Y, sobre todo, no pedía nada a cambio.

Mientras esto pasaba, Moisés estaba apenas a seis horas de llegar al campamento porque ya se encontraba en camino hacía rato. 
El flaco venía chiflando, tranki panki, mirando pajaritos, chocho con sus tablas grabadas y pensando en lo poco que le faltaba para concluir su tarea y poder tomarse vacaciones, pero cuando llega hasta un punto desde donde logra divisar la ranchada se encuentra con la sorpresa de que el pueblo no solo no lo estaba esperando un carajo sino que, encima, habían armado alto cachengue y estaban ahí todos medio en bolas, dándole al chupi, tirando cuetes y haciéndole homenajes a una fucking estuata.
Moisés se agarra la cabeza al grito de "¡¡NOOOOOOOOO!! ¡¡PERO LA PUTA MADRE QUE LOS PARIÓ HIJOS DE REMIL PUTA!!" y en ese mismo instante las tablas estallan en mil pedazos.
Al mismo tiempo, además, le suena el celular. Era Dios, que obviamente estaba viendo todo y caliente como una pipa.
- Ahí los tenés a los pelotudos - le dice Dios - Mirá que linda tu gente. Los liberás, los ayudás, les mostrás el camino a una vida mejor y así te pagan. A la primera de cambio se dan vuelta como una media y se ponen a adorar a cualquier cachivache. La verdad no se merecen un carajo. Me llenaron mis Santas Pelotas, me llenaron.
Y ahí nomás se desata la hecatombe, la debacle total.
Una seguidilla de hechos bochornosos que involucran a Dios muy enojado, al hermano de Moisés que estaba por ahí al costado con cara de "Yo les dije que esto se pudría", al pueblo ingrato y quilombero, al Becerro de Oro, a una plaga que liquida un montón de gente, a un gran terremoto que hace que se abra la tierra y se trague a otro montón, y a los enanos estrípers que como estaban ahí y no pudieron correr porque tienen las patas cortitas la ligaron de rebote.
Moisés, que desde donde estaba ve como todo se está yendo al tacho, trata de interceder, porque en el fondo era buen tipo pero, además, porque le parecía una picardía que después de todas las cosas que habían pasado fuera a terminar todo así por culpa de un montón de cabezas de termo.
- Daaaa Jorge (si. Dios se llama Jorge), pará un poco - le dice Moisés - No te lo tomés así. Calmate. Dejame ir a hablar con ellos. Dame cinco minutos a ver que podemos hacer.
- Buó - le responde Dios medio resoplando y deteniendo su apocalíptico berrinche - Ta bien. Andá. Te lo concedo porque sos vos nomás. Lo dejo en tus manos. Cuando termines pegame un tubazo (era medio antiguo Dios para hablar) y me decís que arreglaron. 
Moisés corta y sale a las chapas y bastante caliente para el campamento (o mas bien lo que quedaba), llega y se para en el medio del quilombo de gente espantada y sollozante. Se cruza de brazos en silencio y golpea la patita en el suelo mientras los mira meneando la cabeza como diciendo "Muy bien eh. Los felicito. Que bonito".
- ¿Qué le dije que tenían que hacer? - pregunta luego de un momento Moisés, visiblemente molesto y con tono de reproche.
- Esperar sin hacer cagadas - responde uno, con la voz medio bajita y mirando al piso.
- Ajá ¿Y qué hicieron?
- No esperamos y nos mandamos flor de cagada - responde otro, también muy despacito, con las manos atrás y sin levantar la mirada.
- Mmjhmm - dice Moisés - ¿Y ahora que hacemos? ¿Vieron como se puso el quetejedi, manga de pelotudos? ¿Ustedes quieren volver a ser esclavos en Egipto? O capaz quieren que Jorg... digo, Dios, los mate a todos. No sé. ¿Quieren eso? ¿Eh? ¿¡EH!? - les dice ya medio gritando dramáticamente.
- No - dice la gente con la cabeza gacha mientras patea piedritas del suelo.
- Bueno. Entonces vamos a hacer esto. Yo ooootra vez voy subir a poner la cara por ustedes, pero sepan que esta es la última vez. No va a haber otra oportunidad. Piensen muy bien ahora que es lo que quieren. La responsabilidad de lo que vaya a suceder a partir de este momento es únicamente suya.
Y así Moisés, luego de mirarlos llevando su dedo índice hacia uno de sus ojos como diciendo "ojito eh", vuelve a emprender un nuevo viaje de 40 días y 40 noches hasta la cima del Monte Sinai, durante los cuales el pueblo se queda, esta vez si, no solo esperando sino también meditando en lo que hicieron con profundo y verdadero arrepentimiento, conscientes del terrible error que habían cometido. 

Después sí sucede lo que ya cuenta la historia tradicional: Dios le dicta la Torá completa y le da un segundo par de Tablas con los famosos Diez Enunciados a Moisés, este vuelve, junta al pueblo y siguen viaje por 40 años.

Esta historia habitualmente se usa como ejemplo para hablar sobre la idolatría, algo no muy difícil de comprender porque mucha metáfora convengamos que no tiene y no hay que ser un genio para darse cuenta de lo que intenta enseñar en este sentido.
Sin embargo, desde la mirada kabalística, el punto en el que siempre se hace más hincapié es en el de esas seis horas que faltaban para el regreso de Moisés al campamento; en ese lapso de tiempo en el cual la gente se dejó vencer por la impaciencia y decidió que no quería seguir esperando para satisfacer el limitado deseo de su ego de obtener algo inmediato y tangible, aunque aquello fuera infinitamente menos valioso que lo que estaban destinados a recibir y pusiera en riesgo todo el esfuerzo que habían realizado.
No sólo es importante lo que pasó, sino CUANDO pasó.
Esto no solo enseña acerca de lo fácil que nos resulta sucumbir ante el brillo de las cosas materiales de este mundo y cómo solemos darle poder sin cuestionarnos demasiado, sino que habla acerca de la falta de certeza en los procesos, y de cómo el solo deseo egoísta de obtener algo YA, de no querer esperar por considerar que ya se hizo suficiente, es lo que termina ocasionando que finalmente no se obtenga nada y se desperdicie lo poco o mucho logrado hasta el momento.
Hay que entender que en este mundo TODO proceso de trasformación verdadera INDEFECTIBLEMENTE lleva tiempo y presenta dificultades. Nada que sea realmente valioso va a llegar NUNCA de manera gratuita o fácil, y esto es válido tanto para cada uno de nosotros individualmente, como para las sociedades y las naciones.
Una sociedad verdaderamente cambia solo cuando cambia la conciencia de la mayoría de los individuos que la conforman. Y es por esto que SIEMPRE un pueblo va a tener la clase de gobernante que mejor represente o pueda manifestar ese nivel de conciencia general reinante. 
LOS PUEBLOS TIENEN LOS GOBIERNOS QUE SE MERECEN.

A nadie le resulta agradable decidirse a atravesar ese "desierto" que implica abandonar nuestra zona de confort y salir de la esclavitud de lo conocido, y menos aún cuando el destino no está a la vista. Pero si lo que se busca es una verdadera transformación, es un primer paso imprescindible de dar.
A nadie le gusta tampoco tener que esperar para obtener un resultado, pero cuando se emprende un camino de cambio y evolución hay que poder aceptar que el tiempo es una parte fundamental del proceso y ser capaz de perseverar aún en medio de la incertidumbre, entendiendo que los tiempos del sistema que rige este mundo no son NUESTROS tiempos.
La gran mayoría de las veces es simplemente esta falta de certeza en el camino emprendido y el esfuerzo realizado lo que nos lleva a abandonar y rendimos, sin saber que ese resultado que tanto deseamos, ese milagro por el que estuvimos trabajando, ya estaba en camino y a muy poco de manifestarse.

Saber identificar ESE momento, y elegir si se persevera o se renuncia, si se abandona o se hace frente a la adversidad y la desesperanza, es responsabilidad de cada uno. Y no solo para con si mismo, sino también para con todos los que lo rodean. 

Todos tenemos un trabajo de corrección que hacer, y nadie puede hacer el trabajo del otro.