martes, 24 de abril de 2007

Una noche sin hogar ...

Bueno, creo que ya está bien. Fue suficiente. En serio.
Yo de verdad me siento halagado de que Dios, Buda, Odín. Alá, el Supremo Kaio Sama, o quien quiera que sea la divinidad que esté manejando los hilos de este despelotado y miserable universo, se fije tanto en mi, pero realmente creo que ya va siendo hora de que se ocupe del resto de la humanidad.
No sé. Son un montón. Que elija uno. Cualquiera. El que mas le guste. Pero a mi que me deje un poco tranquilo. De onda.
Yo entiendo que tal vez esté aburrido y que, de vez en cuando, se entretenga jorobando a alguien, pero cuando ese "alguien" es siempre el mismo, como que pierde un poco la gracia (especialmente si ese alguien es un servidor).
Si ya sabe que me enojo fácil, que me pongo nervioso enseguida, y que me caliento como una pipa en cuestión de segundos ¿Para que joderme?
¡Y no!. ¡¡"Porque es muy gracioso" no califica como una respuesta válida señor!!.
Para que se entienda a que viene todo esto, y paso a relatar la situación vivida:
Si leyeron mi artículo anterior, habrán notado que últimamente (mas o menos desde hace como 35 años), estoy teniendo menos suerte que Soldán eligiendo novia. Bien; aparentemente, la racha no da señales de cortarse, para alegría de mi frágil sistema nervioso.
Sucede que, gracias a ese pequeño diluvio que vivimos la semana pasada que convirtió a la ciudad de Buenos Aires en una hermosa y patética postal de Venecia, el sótano de mi edificio (ese mismo por el que tanto me rompieron las pelotas porque una pequeña filtración en mi baño le provocaba humedad), se transformó mágica y trágicamente en una exótica piscina cubierta.
O sea, las napas subterráneas, envalentonadas por la excesiva caída de agua, comenzaron a elevarse violentamente hasta brotar del piso cual manantial del infierno, creciendo hasta una altura de mas o menos un metro por sobre el nivel del mismo (del piso, no del infierno que está un poco mas abajo).
Lo mas gracioso (porque en mi vida todo es una comedia constante) es que a menos de un metro, están los tableros de luz y algunos medidores (el arquitecto que hizo esto se merece morir a manos de una tribu de enanos negros, violadores y caníbales), por lo que todo el cablerío y demás elementos potencialmente mortales en contacto con el agua, quedaron, justamente, tapados por el agua.
Por supuesto, esto no fue detectado sino hasta la mañana siguiente (porque los viejos hinchapelotas que todos los días bajaban a ver mi filtración para quejarse, ahora estaban muy ocupados seguramente viendo Infocampo), cuando una densa, extraña y maloliente neblina blanca, invadió los pasillos, en clara señal de que estaba todo a punto de volar por los aires.
Allí recién cundió el pánico, reinó la desesperación y el cagazo ganó las elecciones por amplia mayoría.
Urgentemente se procedió entonces a cortar la energía eléctrica desde la calle, dejando al edificio completo en un estado similar a la era de las cavernas, o sea, sin luz, sin agua (porque sin luz no andan los bombeadores), y con gente fea y algo roñosa, balbuceando frases ininteligibles a los gritos acompañadas por ademanes grotescos.
Todo esto aconteció el día miércoles a eso de las 8:30 de la mañana, mientras yo me encontraba, ajeno a todo, ya en viaje rumbo a mi asqueroso trabajo.
Luego de pasar un día de calor extremo, muchísima humedad, y febril actividad (esto último es solo una forma de decir), regreso a mi hogar bien entrada la tarde, ya casi oscureciendo, exhausto, completamente transpirado, mugriento, hambriento, y todo despeinado, deseando únicamente darme una linda ducha y relajarme sentado en el sofá, mientras miro televisión y como algo.
Por supuesto que me encontré con la noticia de que nada de eso iba a ser posible, debido a todo lo que había pasado, por lo que de inmediato (justo después de unos 35 minutos ininterrumpidos de puteadas), con mi esposa comenzamos a barajar las alternativas de acción que nos quedaban: Plan A: quedarnos, prender velas, no poder bañarnos, no poder cocinar, seguramente pelearnos y terminar en una tragedia; o Plan B: irnos a un hotel.
No sin algunas reservas, optamos por el Plan B.
Cargamos las mochilas con algunas pocas cosas elementales y nos dirigimos al centro, con la mente puesta en un hotel de pasajeros que teníamos visto y que, de afuera, parecía bastante decente (remarco enfáticamente las palabras "de afuera").
Al llegar nos recibe un señor cuya fisonomía era la típica de esos conserjes psicópatas de las películas que hacen agujeritos en las paredes para espiarte, y que te terminan matando a cuchillazos mientras dormís. O sea tenía una cara de loco que daba calambres.
Le pregunto el precio de la habitación para pasar la noche: -"$ 50 con baño privado"- me contesta con suficiencia.
Dentro de todo y dadas las apremiantes circunstancias, era accesible.
Nos pide los documentos.
Veo un cartel que dice "El Hotel se reserva el derecho de admisión", lo cual me daba la idea de que era un lugar serio y respetable.
El viejo loco nos entrega la llave, dos toallas tan viejas como él, y un jaboncito chiquito chiquito.
-"Segundo piso. Habitación 24. Ahí está el ascensor" – nos dice amablemente, pero sin perder la cara de asesino de película clase B.
Tomamos el ascensor y llegamos a nuestro piso.
Luego de unos cinco minutos de tantear en la oscuridad, finalmente hallamos el interruptor para encender la luz, tan solo para contemplar que la mancha de humedad mas chica que había en el techo del pasillo, era aproximadamente del tamaño de una vaca holando argentina, solo que de color verde amarronado intenso, con pedazos de pintura colgantes cual guirnaldas de cumpleaños, y unas vistosas pelusas negruzcas todo alrededor. Muy lindo.
Dado que la luz era muy pobre, que todas las puertas eran iguales, y que el miedo de que en cualquier momento alguien surgiera de entre las penumbras y nos asaltara, violara, o asesinara por la espalda nos ponía algo nerviosos, dar con el número de la habitación no fue fácil.
Cuando por fin la encontramos, no sin cierta dificultad introduzco la llave (porque la cerradura estaba medio chota), y abro la puerta ayudándome con el hombro ya que, además, estaba un poco trabada.
La habitación no era muy grande. Las paredes eran de un color claro (por supuesto matizadas con manchas de humedad de diversas formas), y contaba con un mobiliario mas o menos de la década del 30, que tenía un olor a museo que volteaba.
El techo se veía de color gris oscuro, no porque estuviera pintado de ese color, sino por la cantidad de mosquitos que descansaban en él, mirándonos con los ojitos desorbitados, casi sin poder creer lo que veían, mientras se colgaban las servilletitas al cuello, relamiéndose y refregándose las manos.
El famoso "baño privado" era mas o menos del tamaño de un placard. Para entrar había que subir un escalón, ya que al estar la ducha a escasos 20 cm. de la puerta, tenía un violento desnivel hacia atrás para que el agua no cayera para el lado de la habitación.
Casi debajo de la ducha estaba el inodoro (mejor dicho, inodorito); pegado, el bidet, y enfrente la pileta. Todo junto. Encimado. Cosa de que si uno quería, podía hacer prácticamente todo junto al mismo tiempo.
Eso si; no tenía toallero, ni perchero, ni ventilación al exterior, y la puerta no tenía cerradura ni picaporte (insisto en que eso antes sería un placard).
Lo que se dice un verdadero lujo.
La cama, tamaño matrimonial, estaba enfundada en sábanas que evidentemente no habían sido cambiadas, y muchísimo menos lavadas, en décadas, las cuales recubrían un colchón tan viejo y húmedo como la cubrecama gris llena de pelotitas que completaba el dantesco cuadro de ese pesadillezco lugar, y que servía de hogar a generaciones de piojos, liendres, ladillas, pulgas, ácaros, serpientes de cascabel, demonios de Tasmania, y demás tipos de alimañas y especies en peligro de extinción que la habitaban.
Ante la imposibilidad de huir, suicidarnos, o comprarnos una casa rodante, y dado que ya se había venido la noche (en todo sentido), no tuvimos mas remedio que quedarnos ahí, y tratar de sobrevivir hasta la mañana siguiente sin pescarnos alguna infección purulenta, o morir de angustia y desolación.
Luego de rezongar, maldecir, orar por nuestras vidas, y escribir nuestros testamentos por si acaso, decidimos salir a comer; en parte porque no hubiera sido cómodo (ni recomendable) comer en la habitación, en parte porque deseábamos con urgencia estar en un lugar mas limpio (o sea, la calle).
Al abandonar la habitación hacia el ascensor, nos topamos con dos personas esperando; aparentemente dos inquilinos. Uno tenía cara de traficante de órganos, y el otro de secuestrador y ladrón de bancos. Ambos nos miraban como tomándonos las medidas, o calculando mas o menos a cuanto nos podrían vender en el mercado negro.
Eso nos llevó a hacernos los boludos y, muy disimuladamente, intentar bajar por las escaleras como si esa siempre hubiera sido nuestra intención.
Lamentablemente, dado que las escaleras no tenían ni una sola luz en toda su extensión, y había que bajar tanteando los escalones en la mas absoluta oscuridad, solo alcanzamos a descender un piso antes de abortar la misión, ya que, de continuar, iba a ser muy probable que termináramos todos rotos en la planta baja luego de caer estrepitosamente.
Salir a la calle fue como encontrar la puerta de salida del infierno.
Juro que si no fuera que no me gusta irme a dormir sin cepillarme los dientes, me hubiera quedado en un banco de la plaza tapado con diarios.
En fin.
Luego de cenar, de vagabundear como dos huérfanos tristes por algunas horas intentando dilatar el momento del retorno, y de pensar una y mil veces si no sería mejor irnos para casa de nuevo, regresamos al hotel (después de todo ya había invertido $ 50 y no creo que me los fueran a devolver).
Me acerco a la ventanilla a solicitar la llave, y el viejo psicópata ya no estaba. En su lugar había un gordo con pinta de presentador de bailanta que tenía los pelos como si se hubiera peinado con petardos.
- La 24 – le digo (no estaba especialmente comunicativo).
- ¿Tu nombre? – pregunta el gordo.
- Bond … James Bond - (Porque cuando salgo me hago llamar James Bond).
Al momento en que me está entregando la llave, mi esposa, casi al borde del llanto, muy tímidamente se atreve a preguntar:
- Disculpe … ¿Todas las habitaciones son iguales?.
- NOOOO - dice el gordo haciendo un ademán exagerado – Tenemos las de $ 55 que son un poco mas grandes y completas.
Una luz de esperanza brilló en nuestros ojos. ¡Por $ 5 pesos mugrientos mas, por ahí conseguíamos una habitación habitable por seres humanos!.
- ¿Nos podemos cambiar?- preguntamos ilusionadísimos como dos niños la mañana de Reyes.
- No. Ya no. Si quieren mañana si, pero ahora no – respondió el gordo sucio hijo de mil puta, que se pensaría que estaba en el Sheraton o el Hilton de París. (De todas maneras si la diferencia eran cinco pesos, imagino que mucho no cambiaría la pieza. No sé. Los piojos serían bilingües, tendrían sábanas lavadas el año pasado, o algo así, pero no mucho mas).
Sumidos en la amargura mas profunda, y deseándole al maldito gordo una dolorosa agonía antes de su muerte, volvimos al antro, para celebración de la multitud de mosquitos que ya habían invitado a comer a todos sus parientes, amigos y conocidos, y nos esperaban ansiosos.
Obviamente, luego de comprobar el lamentable estado de higiene de las sábanas, ni siquiera corrimos el cubrecama.
Colocamos nuestros toallones extendidos por encima (porque siempre llevamos nuestros toallones por las dudas y gracias a Dios), y sin quitarnos la ropa nos acostamos, encomendándonos a la divina providencia, y viendo como la tensión de la luz se bajaba cada vez que alguien usaba el ascensor.
Pocas veces en mi vida dormí tan poco y tan mal.
La noche se hizo eterna.
La pesadilla finalmente terminó a las 6 am. cuando raudamente abandonamos ese lugar, todos contracturados, picados por toda clase de insectos, y de muy mal humor.
Volver a mi casa, aún sin luz, sin agua, con la heladera descongelándose a pedazos, y los viejos hinchabolas de los vecinos jodiendo desde temprano, terminó siendo una bendición.
Obviamente ese día no fui a trabajar porque estaba muy perturbado por todo lo vivido (si ... cualquier excusa sirve), así que me quedé en mi hermoso, cómodo, apacible, y limpio hogar cocinando todas las milanesas que tenía en el freezer para no tener que tirarlas (con lo cara que está la carne).
Ayer a la noche me comí la última. Estaba un poquito seca y gomosa, pero si es para ahorrar está bien y no enferma.
Afortunadamente la electricidad se restableció ese mismo día a la tarde, y todo volvió a funcionar normalmente. Justo a tiempo.

Bueno, eso fue lo que pasó.

¿A que vino todo esto? No me acuerdo.

Que manera de escribir al pedo, para contar algo que no le importa absolutamente a nadie ¿no?.

No importa.

Ya me acordé. Esto venía a que estoy teniendo unas semanitas de mala suerte así seguiditas y ya tengo las pelotas llenas.

Ajá.... ¿Y?

No hay caso. Tengo serios problemas para redondear las ideas.

Bueno, nadie es perfecto.

6 comentarios:

Calio dijo...

A usted le pasan todas...
:-O

y como decía una amiga, no hay mal q dure cien años no cuerpo que lo resista... (la 2da parte no es muy optimista pero bue..)

besos

Paula Cautiva dijo...

Probaste a quemar algo? Sacrificar algo? Etc.? A lo mejor Odín con eso se calma...
Es más, yo que usted, quemo el edificio.

MM dijo...

No, cuando estás atravesado, caés de culo y te rompés las tetas...

Felicitas Segui dijo...

Yes, nobody is perfect.

AndyPeceto dijo...

Te pareció buen tipo el gordo del hotel, por lo que veo

Zoqueta dijo...

Cuando los elefantes mean, mean por largo rato. Eso por ser tan grandotes.

Saludos mi buen, que no decaiga!