( Así se iba a llamar este blog en un principio. )
Como alguien dijo alguna vez "La vida es un viaje".
Un peregrinaje de destinos inciertos, desconocido, doloroso a veces, lleno de momentos de duda y aprendizaje. Un camino único e irrepetible, que comenzamos a recorrer en el instante mismo de nuestro nacimiento.
Un camino que con sus infinitas desviaciones, nos transforma y se transforma a cada paso y con cada elección.
Con suerte pasarán muchos años, hasta el día en que el destino, inevitablemente, llegue para picarnos el boleto, y hacernos saber que este viaje está llegando a su fin.
En mi caso, eso pasó hace ya tres años.
Bien sabido es que nada dura para siempre; que todo, en algún momento, encuentra su final; solo que siempre es preferible no pensar en ello.
Uno se entretiene mirando el paisaje, conociendo otros viajeros, intentando vivir la mayor cantidad de experiencias posibles, y disfrutando de todo aquello que solo un viaje tan maravilloso como la vida puede ofrecer. Pero nunca se detiene a pensar en el final. En la llegada.
En esa última estación dónde todos, tarde o temprano, nos tendremos que bajar.
Ahí donde todo termina.
Desde hace tres años, mi viaje ya no es tan cómodo ni placentero como solía serlo, porque la sombría certeza de que con cada día que pasa, esa última estación está mas y más cerca, se volvió un pesado equipaje para mi alma cansada.
Y no puedo dejar de pensar desde entonces en lo poco que recorrí de este camino, y en lo mucho que me quedará sin recorrer.
Y en todas esas veces que por una estúpida necesidad de llegar rápido a ningún lado, no me di el tiempo suficiente para detenerme realmente a contemplar el paisaje por un segundo, y disfrutarlo.
Pienso en los errores cometidos, en las disculpas no ofrecidas, en los proyectos inconclusos, en las palabras silenciadas y en los momentos desperdiciados.
Pienso en los que hoy viajan a mi lado, y en que llegará ese día en el que tenga que verlos proseguir su viaje, sin poder acompañarlos.
Pienso en la fría soledad de esa última estación, y en la tristeza infinita de la despedida.
Pienso en Dios, y en sus misteriosos e incomprensibles designios.
Sé muy bien que más allá de los deseos más fervientes y profundos, ciertas cosas son inalterables, y hay páginas fundamentales de nuestra existencia que están escritas desde el inicio mismo de los tiempos. Aún así, a pesar de ello, no me es posible entregarme mansamente al letargo gris de la resignación.
Simplemente no quiero, ni puedo, aceptar que mi viaje esté destinado a terminar tan pronto, cuando, todavía, me queda tanto por recorrer. No puedo dejar de sentir que no es justo.
Por eso, mientras conserve un tibio destello de esperanza latiendo en mi interior, mientras la voluntad y el convencimiento me sigan impulsando, y el amor me siga dando razones para seguir adelante, voy a continuar. A pesar del dolor, a pesar del abatimiento, a pesar de este camino ahora plagado de espinas y penumbra, a pesar de todo.
Así es como hoy, con mi boleto picado, sigo mi viaje, esperando tal vez por un piadoso milagro, antes de llegar a la última estación.
Hablemos de aborto, dale
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¿En serio quieren discutir el aborto legal? ¿En serio todavía creen que a
esta altura del partido todavía se puede “discutir” sobre el tema?
OK. Discutamos...
Hace 6 años.
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