viernes, 15 de diciembre de 2006

Relatividad

El Beto Einstein (para los ignorantes que no lo conocen fue un jovato con los pelos parados y cara de estar chapa que era un genio de la física, y no sé para que lo explico por escrito si puedo linkear una foto), allá por el año … eeeehhhhmmmm … hace mucho, en uno de sus tantos momentos de genialidad, se mandó una declaración que pasaría a la historia como una de las grandes verdades universales. Dijo: "Si lo saco le hago un cuadro", mientras hurgaba profundamente en su fosa nasal derecha.
Inmediatamente después declaró: "En el universo, nada es absoluto. Todo es relativo", al tiempo que hacía una bolita con el moco que acababa de extraer trabajosamente y sonreía satisfecho.
Y, como tantas otras veces, tuvo razón, y además quedó como un viejo sucio y desagradable.
El caso es que hoy a la mañana esa máxima promulgada por el Beto, se aplicó a una situación poco feliz que me involucró directamente.
Todo comenzó ayer, en uno de mis abundantes momentos de ocio laboral, cuando estaba yo leyendo algunos artículos de la versión on line de un reconocido periódico veleta, y me topé con una nota acerca de la relevancia del coeficiente intelectual (CI) y cosas así, en la cual, además, había un link a una página donde uno podía someterse al Test de Raven. (podría ponerlo acá pero soy muy egoísta, así que no lo pongo nada.).
Este test, está reconocido mundialmente, siempre según el tipo que escribió la nota, como una herramienta confiable y estandarizada para medir el mencionado coeficiente ( o IQ en inglés).
Como no tenía nada mejor en que invertir mi tiempo, lo hice.
Hete aquí, que el resultado mostró que aparentemente estoy por encima de la media, o sea que soy un zapato. No, es un chiste malísimo, perdón. Decía que estoy por encima de la media en cuanto a coeficiente intelectual, aunque no se note demasiado.
La normalidad, en puntos, es de entre 90 y 110, y a mí me dio entre 95 y 120.
Por supuesto que me tomé esto con la más absoluta calma, y siempre haciendo gala de mi ya habitual humildad; así que luego de escupir a algún compañero de trabajo y de tratarlos a todos los que me rodeaban de indios ignorantes y pata sucia, me fui alegremente a mi casa sintiéndome un sabio iluminado y riéndome de la inferioridad de la gente que me cruzaba por la calle mientras los apuntaba con el dedo.
Hoy, al despertar, intenté dejar la cama mediante un ejercicio de levitación, ya que debería adaptarme y empezar a vivir la vida de maestro de sabiduría que me corresponde.
Como, no solo no me salió, sino que además me caí y me di un golpe bárbaro, decidí, siempre desde mi sabiduría, dejarlo para otro momento e ir de a poco.
Salgo a la calle para enfrentar el nuevo día con una sensación ambigua, mezcla de satisfacción y a la vez de temprano aburrimiento, sabiendo que este mundo mediocre ya no me representaría ningún desafío, debido a mi impresionante poderío intelectual recientemente descubierto.
Me cruza una anciana y me hace una pregunta. Me río. Le respondo que su miserable cerebrito, quemado y ordinario, jamás podría comprender una respuesta proveniente de alguien como yo; la escupo y sigo mi camino. La añosa mujer se queda sollozando confundida, temerosa, y diciendo no se qué de que solo me preguntó la hora y que se yo, mientras limpia mi saliva de su arrugada cara. Cosas de pobre gente ignorante.
Espero el colectivo, pensando (porque los sabios pensamos mucho constantemente).
Llega el inmundo vehículo, como de costumbre, desbordante de subhumanos olorosos y de mentes pequeñas. Milagrosamente es un modelo nuevo. Sonrío sabiendo que el mundo comienza a tratarme como se debe.
Subo.
Solicito al simio que conduce mi boleto de $1,25. Me dirijo a la máquina expendedora de tickets que también es modelo nuevo.
Y es allí, justo frente a ese artefacto frío y metálico, en donde la relatividad universal enunciada por el Beto Einstein se materializa súbitamente.
Yo, el sabio, el iluminado, el sensei, el maestro Yoda, el Supremo Kaio Sama, quien había superado sin despeinarse el Test de Raven demostrando ser poseedor de un coeficiente intelectual digno de un genio, NO SUPE DONDE COLOCAR LAS MONEDAS.
No podía encontrar la ranura, por mas que miraba y miraba, como si fuera un cavernícola intentando usar una fotocopiadora.
Los segundos pasan. Sigo buscando la maldita ranura, mientras miles de ojos me observan extrañados.
Siento un calor extremo que invade mi cuerpo. Sudo. Sigo sin entender donde cuernos está la puta ranura.
Tanteo diferentes sitios de la máquina con las monedas, a ver si caen por algún lado. Nada. Parece sellada. La toco. La palpo con la yema de los dedos, buscando esa reputísima ranura del orto que no aparece.
La miro arriba, adelante, a un lado al otro. La gente comienza a murmurar. Algunos se ríen. Los odio.
Finalmente concluyo en que no tiene ranura. Hay algo que está mal. No puede ser. Decido interrogar al chofer:

Yo (tocándole el hombro): Perdón. ¿Dónde está el agujero? (Si… encima dije "el agujero").
Chofer (mirándome por el espejo mientras bebe una gaseosa): glu glu glu ……….
Yo (insistiendo): Chofer… ¿Y el agujero? (si, si … volví a decir "el agujero" … Es que estaba un poquito nervioso y cuando me pongo así no pienso con claridad).
Chofer (apenas girando la cabeza): ¿Qué?
Yo: El agujero … para poner las monedas.
Chofer (mirándome con cara de "¿Quién le abrió la jaula a este chimpancé?" y de mala manera): Está ahí arriba!!

En ese momento noté que en la parte superior de la bendita máquina, había un cosito de metal gris que parecía cualquier cosa menos un lugar para depositar monedas, en el medio del cual, por supuesto, estaba la recontrarreputísima ranurita.
En mi defensa debo decir que ya había visto ese cosito y hasta lo había tanteado, pero la ranura estaba como medio escondida y era prácticamente invisible, con una abertura que dejaba pasar demasiado ajustadamente una moneda. Era un diseño raro. El que lo inventó es un hijo de puta.
Al final pude colocar las monedas, y me dirigí a buscar un lugar donde ubicarme, bajo la atenta y burlona mirada del resto del pasaje.
Así fue como pasé de ser un verdadero superdotado mental, a ser un reverendo pelotudo. Todo en un período de apenas algo mas de doce horas.
Durante el trayecto, y esforzándome por no desmayarme de la vergüenza por el descomunal papelón que acababa de protagonizar, recordaba que a lo largo de mi vida, he experimentado en varias ocasiones situaciones de ese tipo.
O sea, descubrí que soy capaz de resolver rápidamente problemas complicadísimos, o solucionar cosas que requieren muchos análisis y salidas creativas, pero frente a una boludez monumental es probable que me dé un bloqueo mental y no le encuentre la vuelta ni con un manual de usuario para chicos con esquemas y dibujitos.
No sé por qué, pero soy así. Para algunas cosas relativamente inteligente, para muchas otras absolutamente boludo.
Solo espero que si un día, por alguna fortuita circunstancia, mi vida depende de que deba solucionar algo, por ejemplo desactivar una bomba, sea una de esas con muchísimos cables, pantallas, y botones para responder cuestionarios de cultura general; porque si me toca una que esté conectada a uno de esos juegos de colocar figuras geométricas de colores en su respectivo agujero, es muy probable que muera vergonzosamente despedazado por la explosión.

1 comentario:

The Bug dijo...

Eso te pasa por viajar en colectivo, aguantate que muchas personas se r�an de vos.
Por lo menos yo, mientras buscaba la ranura para las monedas en el taxi s�lo se me cagaba de risa el taxista.

PD: Me gust� mucho el blog. Nos veremos seguido